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Enfermería oncológica en Puerto Rico: pocos profesionales, grandes corazones

Enfrentar un diagnóstico de cáncer es una de las experiencias más difíciles en la vida de cualquier persona. Detrás del tratamiento, las terapias y los medicamentos, hay una figura esencial que acompaña cada paso del proceso: la enfermera oncológica. No se trata solo de aplicar quimioterapia o administrar medicamentos, sino de ofrecer acompañamiento, escucha activa y una empatía profunda que transforma la experiencia del paciente.

Así lo explicó Anastacia Ramos Vázquez, enfermera oncóloga certificada en Puerto Rico, durante un conversatorio transmitido por ViGeOs:

“La enfermería oncológica es mucho más que la administración de tratamientos. Es escucha activa, manejo clínico especializado y, sobre todo, acompañamiento constante en uno de los momentos más vulnerables de la vida”.

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La diferencia entre una enfermera generalista y una oncóloga es significativa. Mientras la primera atiende todo tipo de condiciones, la segunda se especializa exclusivamente en el paciente con cáncer.

“Tenemos destrezas específicas: administramos quimioterapia, manejamos efectos secundarios, coordinamos estudios y fungimos como enlace entre el paciente, la familia y el equipo médico”, detalló Ramos Vázquez.

Esa cercanía constante convierte a las enfermeras oncológicas en figuras clave del proceso terapéutico. “Usualmente el paciente se apega más a la enfermera porque tiene más confianza con nosotros. A veces somos quienes informamos al médico de cosas que el paciente no le expresó directamente”, explicó.

Entre el dolor, la empatía y la esperanza

Una parte fundamental del trabajo de estas profesionales es la gestión emocional, tanto del paciente como de su entorno. “Muchas veces lo que el paciente necesita es un abrazo. Nosotros usamos un lenguaje claro, como si habláramos con un niño de cinco años, para que tanto el paciente como la familia entiendan sus opciones y tomen decisiones informadas”, compartió Ramos Vázquez.

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Pero no todo es gratificante. Existen retos diarios que ponen a prueba la resiliencia del personal. Uno de ellos es el manejo del dolor.

“Muchas veces el paciente o su familia temen que se hagan adictos a los analgésicos. Tenemos que explicar que lo que buscamos es calidad de vida, y que eso incluye estar libre de dolor”, puntualizó.

También enfrentan limitaciones impuestas por el sistema de salud. “Hay medicamentos necesarios que no podemos conseguir por barreras de los planes médicos. Eso no debería ser así”, criticó con firmeza.

Pese a estas dificultades, hay historias que les dan sentido a las largas jornadas. Ramos Vázquez recordó emocionada: “Hemos tenido pacientes que llegan en camilla y después de varios tratamientos regresan caminando. Eso es gratificante. También, hace poco una familia vino a darme un abrazo, habían pasado 19 años desde que perdieron a su hijo. No me reconocían, pero sabían que yo los había acompañado en ese proceso”.

Frente a la muerte, la enfermera oncóloga también encuentra maneras de procesar su duelo: “Cuando un paciente fallece, enviamos una carta de condolencia a la familia. Es una forma de seguir recordándolo”. Para mantener su salud mental, Ramos Vázquez ha aprendido a separar lo profesional de lo personal: “Yo bloqueo todo lo del trabajo al llegar a casa. Leo, tejo. Me dedico a mí”.

Una vocación que transforma vidas

En Puerto Rico, hay cerca de 193 enfermeros y enfermeras oncológicos certificados. Es una cifra que podría crecer gracias al interés de nuevas generaciones. Para quienes se están formando, Ramos Vázquez envió un mensaje claro:

“Esta profesión es gratificante. Batallamos contra la muerte, pero también damos vida. Hay que estudiar, tener empatía y dar más allá de las ocho horas. Si volviera a nacer, volvería a ser enfermera oncóloga”.

Con una sonrisa y la voz llena de orgullo, concluyó: “He hecho mi trabajo: dar calidad de vida, tratar de salvar pacientes. Y aunque algunos los perdamos, saber que hicimos todo lo posible ya es suficiente”.

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